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"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos"   SURda

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03-04-2018

 

Elecciones en Rusia: ¿una democracia dirigida?

 

SURda

Rusia

Opinión

David Mandel

 

 

Este artículo examina las bases del apoyo popular al reelegido presidente ruso, Vladimir Putin. Aunque este apoyo es afanosamente “cultivado” por el régimen mediante diversos medios ilícitos, no obstante, tiene una base real que la izquierda necesita entender para desarrollar una posición argumentada en la creciente confrontación entre “Occidente” y Rusia.

 

Los discursos de Putin durante su breve campaña electoral no indican ningún cambio importante en las políticas nacional y exterior. En el ámbito internacional, se puede esperar la continua degradación de las relaciones con “Occidente”, de lo que es en gran parte responsable. También se puede suponer que habrá un importante esfuerzo para preparar la sucesión de Putin después de 24 años en el poder (desde 1998 como Director de Seguridad hasta el final de su mandato actual en 2022). Sin embargo, no es seguro que abandone el poder en un sistema en el que las relaciones personales de corrupción juegan un papel importante.

Algunos portavoces del régimen lo han descrito como una “democracia dirigida”. Este es un régimen cuya naturaleza lo sitúa entre una dictadura clásica (que no tolera oposición organizada y pública) y una democracia capitalista que tolera las libertades políticas (pero en la que los intereses de la clase dominante están garantizados por medios distintos a una represión brutal). La “democracia dirigida” tolera las libertades políticas, pero sólo en la medida en que no representen una amenaza grave para la continuidad en el poder de la élite política.

Democracia dirigida

Dicho esto, el apoyo popular a Putin en Rusia no puede explicarse completamente por las medidas represivas del estado o por su abuso de los llamados “recursos administrativos”. Estos últimos incluyen, entre otros, el control de las principales cadenas de televisión, severa restricciones a las manifestaciones públicas, diversas presiones ilícitas ejercidas sobre los empleados del sector público, y, cuando es necesario, la manipulación de los resultados electorales.

La popularidad de Putin está claramente cultivada por el régimen. Pero también encuentra una base real en la población, incluso si esa base es difícil de  separar de los esfuerzos del régimen por alimentarla.

El primer elemento de esa popularidad es el contraste profundo, especialmente económico, entre los períodos de Putin y Yeltsin. Incluso si la generación más joven no tiene memoria personal directa de la era Yeltsin, todavía ocupa un lugar preponderante en la conciencia popular. La década de 1990 fue un período de muy profunda y prolongada depresión económica, hiperinflación, empobrecimiento dramático de las personas, desempleo masivo, pago retrasado de salarios y pensiones (a veces durante muchos meses - sin indexación), saqueo masivo de la riqueza nacional, y control de la mafia de sectores enteros de la economía.

Incluso si no fue principalmente gracias a los esfuerzos de Putin, sino al rápido aumento del precio del petróleo a partir de finales de la década de 1990, estos procesos terminaron y se invirtieron en gran parte bajo Putin. Si bien los niveles de vida populares se han estancado, incluso se redujeron ligeramente en los últimos años, experimentaron un rápido aumento en la década del 2000, y el fuerte contraste presente con la década de 1990 está todavía muy presente en la memoria popular. Por citar un indicador demográfico del bienestar popular, la esperanza de vida en 2000 era de 65 años (frente a 79 en Canadá). Hoy es de 72.

La mafia, los oligarcas y el Estado

En cuanto a la supresión de la democracia, que en general se atribuye erróneamente en Occidente a Putin, de hecho ya se había producido bajo Yeltsin. Putin, al menos, ha eliminado el control de la mafia sobre la economía y ha restaurado el monopolio estatal de la violencia. Y ha domesticado a los oligarcas, sin tocar sus fortunas ilícitas, excepto en los pocos casos en los que persistían en interferir en los asuntos políticos. Putin también ha frenado y revertido las tendencias centrífugas que amenazaban la integridad del Estado, incluso si ha utilizado métodos terroristas para lograrlo en el caso del irredentismo checheno.

El segundo factor de la popularidad de Putin es su reafirmación de la soberanía de Rusia frente a las acciones de Occidente, que los rusos perciben en gran medida como agresivas y antagónicas. Esta percepción popular tiene, en mi opinión, una base real significativa.

No es exagerado decir que la Rusia de los años 1990 estaba bajo la administración colonial del G-7, en particular de los EEUU. La terapia de choque, diseñada por el FMI y el Banco Mundial a petición del G-7, transformó en el transcurso de unos pocos años a un gigante industrial en un país dependiente de la exportación de recursos naturales. La adopción de esta política era la condición del apoyo del G-7, que Yeltsin necesitaba desesperadamente. El G-7 también alentó y luego aprobó la supresión violenta de la democracia por parte de Yeltsin en el otoño de 1993 y validó su robo de las elecciones presidenciales de 1996.

A esto hay que añadir el bombardeo ilegal de Serbia por la OTAN en 1999, un aliado tradicional de Rusia, la denuncia del tratado ABM por los EEUU en 2002, la continua expansión de la OTAN, y, por último, el papel desempeñado por Occidente en el derrocamiento armado del régimen pro-ruso en Ucrania y la guerra civil que siguió.

Doce naciones se han unido a la OTAN en los últimos 15 años, llevándola a su nivel actual de 29 países miembros.

 

Es cierto que el régimen de Putin ha hecho un gran esfuerzo a la hora de cultivar los sentimientos patrióticos. Incluso pospuso la fecha de las elecciones para que coincidiesen con el aniversario de la anexión de Crimea, una decisión muy popular. Pero el régimen encuentra un terreno ideológico fértil para estos esfuerzos en la población - de todos los colores políticos, excepto la más neoliberal. Para entenderlo, sólo hay que tener un conocimiento superficial de la historia rusa y reconocer la naturaleza agresiva de la política de la OTAN, en particular de los EEUU, en defensa de su dominación en un mundo unipolar.

El tercer factor de la popularidad de Putin es resultado de la llamada “revolución de la dignidad” de febrero de 2014 en Ucrania - el derrocamiento de un gobierno corrupto, pero legalmente elegido por un movimiento que fue popular en sus orígenes, pero al que pronto se le unieron fuerzas neofascistas armadas y emisarios de la OTAN. Si bien es cierto que los medios de comunicación rusos, controlados por el gobierno, propagaron una imagen de caos y desastre en Ucrania, en realidad no tuvieron que exagerar mucho lo que estaba pasando sobre el terreno.

Se analice desde cualquier punto de vista - excepto desde el de los ultranacionalistas y los oligarcas - la situación de las clases populares en Ucrania se ha deteriorado radicalmente. Y eso hace que la situación en Rusia parezca mejor. Este contraste tiene un gran peso en las opciones políticas de la gente, incluso de personas que odian al régimen de Putin. Si bien es cierto que cuenta con los esfuerzos del régimen para evitar la aparición de una alternativa creíble a Putin, la situación de Ucrania es de gran ayuda.

Unas pocas palabras sobre los jóvenes de Rusia. Recientes informes muestran que el apoyo de la juventud a Putin es incluso mayor que en el resto de la población. Este es quizás el caso, porque la mayoría de los jóvenes son aún más apolíticos que sus mayores. Pero en 2017 hubo algunas grandes manifestaciones de protesta, sobre todo de personas entre 16 y 24 años de edad. Estas manifestaciones fueron convocadas - pero no organizadas - por Alexei Navalny, un conocido activista contra la corrupción. Estos jóvenes salieron a pesar de la amenaza muy real de ser detenidos, como ocurrió a cientos de ellos. Habiendo sido testigo de una de estas manifestaciones, puedo decir que lo que movilizó a estos jóvenes fue no tanto su indignación frente a la corrupción en los niveles altos como su oposición a los recortes arbitrarios de su libertad. Este comienzo de un despertar entre los jóvenes quizá augura cambios en la escena política, hasta ahora más bien estancada, de Rusia.

David Mandelenseña ciencias políticas en la Universidad de Quebec en Montreal y ha estado involucrado en la formación sindical en Ucrania y Rusia durante muchos años. Es autor de "Los obreros de Petrogrado en la Revolución Rusa".

Fuente: https://socialistproject.ca/2018/03/elections-russia-2018-managed-democracy/

Traducción: Enrique García

http://www.sinpermiso.info/textos/elecciones-en-rusia-una-democracia-dirigida

 

Lecciones de Marzo

 

Boris Kagarlitsky

 

Las elecciones presidenciales de marzo de 2018 se llevaron a cabo bajo el escenario del poder. La administración presidencial, incluso seis meses antes del inicio de la votación, exigió a las autoridades regionales que proporcionara un resultado de 70 a 70. En otras palabras, 70 por ciento de participación y 70 por ciento para Putin. La tarea fue cumplida- ¿Pero a qué costo? Y lo más importante: ¿qué pasó realmente?

Boris Kagarlitsky



La participación como una súper tarea



El deseo de las autoridades de ajustar la realidad sobre el terreno a la imagen virtual presentada por la televisión es indicativo del muy bajo nivel de adecuación de los responsables de la toma de decisiones. En esencia, esta es una encarnación institucional y burocrática de la locura. Sin embargo, desde el momento en que los mecanismos administrativos comienzan a funcionar como una herramienta para el logro exitoso de esta tarea, la inadecuación de ciertos empleados de la administración se convierte en un problema para toda la sociedad.

El principal problema de la administración en las elecciones fue la participación. En condiciones en que el gobierno designa a la oposición por sí mismo, selecciona candidatos bloqueando a cualquiera que tenga la más mínima posibilidad ya no de obtener la victoria, ni siquiera un local, perder las elecciones para el gobierno era casi imposible. Pero en tal situación, la protesta popular se expresa inevitablemente en la falta de voluntad para participar en elecciones sin sentido. Al ver esta tendencia, Alexei Navalny, después de que se le privó del derecho de nominar su candidatura, intentó politizar la no comparecencia anunciando una huelga de votantes. Desde el otro extremo del espectro político, un eslogan de izquierda presentó un lema similar, proclamando un "boicot rojo".

Este giro del tema cambió drásticamente la agenda política, convirtiéndola en la apariencia principal, si no la única tarea de las autoridades. Hubo una situación absurda: los oponentes del gobierno no intentaron interrumpir las elecciones por medio del boicot, solo querían dar un significado político al estado de ánimo masivo de la no participación en la votación). Y las autoridades trataron desesperadamente de ... estafar el boicot.

En gran medida este problema fue resuelto. Solo que, ¿qué precio?

Para garantizar la llegada de votantes a las urnas recurrieron a los medios más radicales: intimidación, soborno, chantaje. Empleados, maestros, carteros, empleados de empresas estatales y privadas no fueron amenazados con despidos por no asistir a las mesas electorales, sino que también se dijo que en caso de una negativa masiva a votar, se cerrarían empresas enteras, las regiones perderán subsidios del gobierno central, etc. Debe admitirse que en esto la técnica funcionó. La apariencia aumentó. Y ... mucho más de lo que las autoridades estaban dispuestas a admitir.

Por un lado, todos los observadores notaron multitudes sin precedentes en los colegios electorales en la mañana del 18 de marzo. Y por otro lado, de acuerdo con los datos oficiales, el exceso de la participación de 2018 sobre la participación de 2012 fue solo del 3%. Según la declaración de la Comisión Electoral Central, ahora tuvimos un 67% de participación frente al 64% en 2012. Obviamente insuficiente para crear un efecto tan poderoso.

La razón de esta extraña cosa es simple. En 2012, no hubo un 64 por ciento. Eso, simplemente fue dibujado. Tampoco  lo hubo en 2018. La participación real , de acuerdo con las estimaciones de los observadores de la oposición, fluctuó entre 55 y 60 por ciento, y bastante más cerca del nivel inferior. Pero fue un gran aumento en comparación con las elecciones anteriores, donde la asistencia real fue del 35 al 40 por ciento. Simplemente enredados en sus propias mentiras, los poderosos no pudieron demostrar convincentemente su éxito, incluso donde realmente tuvo lugar.

Sin embargo, este éxito tiene un lado trasero extremadamente peligroso. Esa tensión limitante de las fuerzas administrativas y la presión psicológica extrema por la cual se logró el resultado no pueden mantenerse por un largo tiempo. Con la más leve relajación de la presión administrativa y psicológica, ocurrirá una interrupción, similar a lo que ya estaba ocurriendo en las elecciones municipales en Moscú, donde los votantes apolíticos y leales no acudieron a las urnas, y un electorado mayoritariamente de protesta vino a votar. No se descarta que las mismas tendencias aparezcan en todo el país ya en las elecciones regionales en el otoño de este año [otoño en el hemisferio norte]. Para controlar casi tres docenas de competencias locales en forma similar a la que controlaron la reelección de Putin, es algo que las autoridades no podrán hacer.

Todos los que estuvieron en las casillas electorales el 18 de marzo indicaron una ausencia casi total de jóvenes entre los votantes. Dada la realidad demográfica, es posible que este trabajo se haya intensificado por el trabajo de la Comisión Electoral que "limpió" las listas electorales, de las cuales alrededor de 3 millones de votantes, en su mayoría jóvenes, desaparecieron, según Navalny.

Como resultado, las elecciones marcaron una especie de colapso socio demográfico. El sistema se basa en jubilados y "esclavos electorales", los movimientos anti-sistémicos atraer a jóvenes y personas activas de mediana edad (incluida la parte de trabajadores o profesionales que pueden defender su independencia en relación con el empleador). La parte votante de la población es pasiva y apolítica, y la parte politizada y activa no vota. Parte del electorado se ha renovado por completo: los que no votaron antes se vieron obligados a ir a votar y los que votaron antes y entendieron lo absurdo de este asunto se quedaron en casa


Millones Robados 


En condiciones de coacción masiva, sería bastante natural esperar que una parte significativa de los "esclavos electorales" proteste subrepticiamente, votando por los candidatos de la oposición oficial. Esta tendencia se remonta a los últimos años, cuando los resultados de Vladimir Zhirinovsky o del Partido Comunista de la Federación de Rusia aumentaron drásticamente en las áreas donde hubo una "convergencia" violenta de votantes. Sin embargo, según datos oficiales, no hubo nada como eso en este momento.

¿Solo si creemos en los datos oficiales?

La paradoja de la observación de elecciones en Rusia es que las tareas de los observadores de las mesas electorales están cambiando. En los últimos años, cuando la cuestión de la participación no estaba politizada, los observadores de la oposición oficial observaron cuidadosamente que, con cualquier exageración de participación, sus candidatos hubiesen recibido un porcentaje. Esto no requirió mucho esfuerzo, ya que las propias autoridades estaban decididas a cumplir el mismo principio. Y todos estaban felices. Sin embargo, la llegada de 33,000 observadores de Navalny cambió la situación. Dar esto vuelta era la cuestión principal de los observadores electorales. En la forma en que se distribuyen los votos entre los candidatos, los observadores de Navalny no estaban demasiado interesados. Pero en vano, porque esta vez el problema principal no era una exageración de participación, sino el robo de votos.

Los representantes del Partido Comunista de la Federación Rusa dijeron que los votos de sus candidatos habían sido robados el día después de la votación. Pero la pregunta fundamental es cuántos votos fueron robados. Aquí las estimaciones divergen. Gennady Zyuganov dijo cautelosamente que a su hombre de negocios Pavel Grudinin, que había sido nominado por su partido, le habían robado el 2.5% de los votos. Es censurable, por supuesto, pero el robo, llevado a cabo en tan pequeña escala, no cambia nada. Pero los activistas de base y los observadores del Partido Comunista de la Federación Rusa hablaron sobre una situación completamente diferente.

KPRF Social, un sitio web cercano al partido, publicó un artículo de Margarita Obraztsova , quien argumentó que en el Lejano Oriente en la mañana del 18 de marzo, Grudinin no solo caminó junto con Putin, sino que también lo superó de acuerdo con las encuestas a boca de urnas. A las 16:00, hora de Moscú, los datos se restablecieron de forma inesperada, y luego las encuestas en boca de urnas comenzaron a mostrar una imagen completamente diferente.

Incluso si no estamos de acuerdo con los cálculos alternativos, según los cuales Grudinin "realmente" ganó, hay muchas razones para sospechar que los votos del candidato del Partido Comunista fueron robados. Y no el 2.5%, como dijo Zyuganov, sino al menos la mitad. Además, parece que le robaron no solo a Grudinin, sino a todos los demás, incluidos los candidatos marginales Maxim Suraykin y Sergei Baburin (otra cosa es que no les gusten demasiado). Le robaron también, al parecer, a Ksenia Sobchak, y a Vladimir Zhirinovsky.

Esto se puede ver en los resultados de los sitios donde no se registraron violaciones especiales. Los detalles menos obvios sobre la participación, menor es el resultado del "candidato principal". Por lo general, en algún lugar alrededor del 60 - 65%. Como resultado no está mal, por supuesto, pero está muy lejos del anunciado 76% de los votos. En condiciones donde las elecciones son controladas "a la entrada" y los rivales serios son cortados deliberadamente, realmente no importa en absoluto.

En este sentido, la campaña electoral de Pavel Grudinin correspondió plenamente con el pronóstico hecho por los autores de "Rabkor", "Boletín de la tormenta" y otros izquierdistas que se negaron a apoyar al Partido Comunista. El problema no es que la oposición oficial no pueda obtener los votos de los votantes sino que esas cifras, al ser parte del régimen existente, no pueden y no quieren defender su resultado. Resignados al robo de votos, rechazando formas activas de protesta, traicionaron a sus activistas y votantes, como advertimos previamente.

En esta situación, el intento del Frente de Izquierda de lanzar acciones en defensa de Grudinin, que no fueron aprobadas y apoyadas por el propio Grudinin, culminó en un fracaso completamente natural.

¿Y el boicot? 

La campaña de boicot fue conducida, por un lado, por los partidarios de Alexei Navalny, por otro lado, por los izquierdistas. Ninguno de los dos había afirmado nunca que podrían impedir la elección propia de Putin o impedir las elecciones. La falsificación de elecciones en la situación actual no puede evitarse, pero puede estar expuesta. La estrategia de Navalny, que consistía en utilizar cada una de esas exposiciones como un factor para movilizar a las masas que protestaban y organizar a sus seguidores, funcionó en cierta medida, pero surgió un claro punto muerto estratégico tras los resultados de las elecciones.

Hasta que el enfrentamiento de la agenda electoral de Putin aseguró su propia agenda para Navalny y sus partidarios, todo salió bien. En esta ola, crearon prácticamente la única organización de masas en el país que realmente opera según los principios de acción voluntaria e independencia del estado. 33 mil observadores navalnistami movilizados el 18 de marzo demostraron que este es un aparato político muy serio (y, de hecho, para la Rusia de hoy - un único). Pero, ¿qué ocurre ahora con este dispositivo?

La agenda para la auto elección de Putin se ha agotado. Por consiguiente, la agenda contraria de Navalny está agotada. Hay muchos motivos para la resistencia, por supuesto, para la protesta. Pero antes, toda la campaña tenía un núcleo estratégico. Ahora éste se ha extinguido. Tal vez porque ser consciente de las limitaciones de sus perspectivas estratégicas es que Navalny decidió abstenerse de grandes discursos callejeros el 19 de marzo, prefiriendo tomar un descanso.

Es posible un mayor desarrollo del movimiento, pero requiere una formulación más precisa de un programa positivo. El documento electoral de Navalny, que era una combinación mecánica del programa social socialista de izquierda con una estrategia económica liberal de derecha, le trajo más daño que bien. Un intento de actuar sobre la base de este programa será suicida. Más bien, podemos esperar que los navalistas se concentren en una serie de campañas locales, esperando un momento conveniente para una nueva protesta masiva.

En cuanto al "boicot rojo", básicamente solucionó sus problemas, aunque debemos entender que estas tareas resultaron ser más que modestas.



¿Qué tareas nos propusimos?

Primero, exponer la política del Partido Comunista y la campaña de Grudinin como parte de la política oficial destinada a preservar el orden existente.

Esta tarea se resolvió no tanto gracias a nuestra propaganda, sino como resultado de las acciones de los líderes del Partido Comunista, que a su vez lo expusieron mucho mejor de lo que cualquier crítica de izquierda podría haber hecho. Pero criticando a Grudinin y Zyuganov, atrayendo el fuego recíproco y la atención de los oponentes, la izquierda podía transmitir información sobre sus ideas a un número mucho mayor de personas que antes. El hecho de que los medios de comunicación se viesen obligados a prestar atención a las polémicas entre Rabkor y el Frente de Izquierda es en sí mismo algo indicativo, ya que no se habían dado cuenta antes de la existencia de ninguno de ellos.

En segundo lugar, la tarea era llamar la atención sobre la propia posición, preservando la independencia del movimiento de izquierda, sin dar la oportunidad de subordinarlo ni al partido de Zyuganov, ni al movimiento de Navalny.

En tercer lugar, sobre la base del "boicot rojo" se produjo la consolidación y se estableció la interacción de los radicales izquierdistas.

Ambas tareas también se resolvieron en lo general. Sin embargo, como en el caso de los Navalistas, nos queda la pregunta de una estrategia para el siguiente movimiento. Por supuesto, en materia de programa positivo, las cosas son mejores para nosotros (al menos en el sentido de que no hay contradicciones tan evidentes como en el programa de Navalny), pero ante la masividad no todo es importante, por decirlo suavemente. Es significativo que muchos jóvenes de opinión izquierdista prefieran no cooperar con los grupos socialistas o comunistas locales, sino con los navalistas: hay una organización, hay una masa, hay un verdadero acuerdo interno.

La campaña del "boicot rojo" resultó ser un éxito táctico, pero no un avance estratégico. La propuesta de consolidar la coordinación de la izquierda, que cooperó en el curso de la campaña del "boicot rojo" por parte de alguna nueva agrupación política, por supuesto, es correcta, pero no suficiente

Después de todo, tal coordinación claramente no será suficiente para superar los malos hábitos del sectarismo , profundamente arraigados en los grupos de izquierda, ni para presentarnos con fuerza atractiva para una parte significativa de la sociedad. Es necesario garantizar una afluencia masiva de gente nueva, libre de la psicología sectaria y orientada a la acción práctica y efectiva. En otras palabras, para hacer exactamente lo que Navalny logró hacer en la etapa anterior.

La realización de tal perspectiva solo es posible bajo dos condiciones: 

1) no se trata de la unificación mecánica de la izquierda, sino de la creación de un proyecto completamente nuevo dirigido específicamente a la audiencia masiva, especialmente al tercio de la población de Rusia que el 18 de marzo expresó su voluntad: no votando; 

2) debe ser una organización, unida no por dogmas ideológicos, sino por el trabajo concreto, incluida la lucha por la representación de los intereses sociales a nivel local y regional.

Las elecciones en el otoño de 2018 presumiblemente podrían dar esa oportunidad. No porque la política electoral como tal deba ser nuestro objetivo, sino porque debemos usarla como un instrumento de movilización antisistema.

Podemos decir que, en cierto sentido, todos los participantes en el proceso han resuelto con éxito sus problemas. 

Las autoridades quisieron proporcionar una participación a cualquier costo durante la reelección del zar, y esto se hizo. Grudinin y el Partido Comunista querían perder las elecciones y lograr lo que querían, a pesar de la oposición de sus electores. Navalny quería formar una organización voluntaria de masas y lo hizo. Los partidarios del "boicot rojo" se ocuparon de que ellos (a diferencia del Frente de Izquierda) no se ahogaran en el fracaso previamente planificado de Grudinin, y no se ahogaron, sino que incluso mejoraron sus posiciones.

Pero este éxito común de todas las fuerzas políticas se convierte en una situación catastrófica de una sociedad que continúa moviéndose a lo largo de una espiral de degradación. Y la transformación (aunque de una sola vez) de millones de nuestros conciudadanos en "esclavos electorales" es otro golpe que reduce la autoestima de la población. Para recuperar su adecuación, la sociedad debe de alguna manera encontrar una manera de poner en marcha un poder que hoy es obviamente inexistente.

Fuente: http://rabkor.ru/columns/editorial-columns/2018/03/21/martobr/

 


 
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